Cualquiera se derrumba con el tacto indicado

Algunas personas reconocen a otras por su forma de hablar, de expresarse, de mover las manos, con algunos "tics". Yo reconozco a través de la forma de caminar.

Y lo reconocí.

E hice de cuenta que no lo ví, con la esperanza de que no me vea. Pero no.
Sentí el tirón de mi brazo y un beso fugaz de saludo, como si fuéramos viejos amigos, pero en éste caso eramos simples viejos conocidos.
Hice el contacto visual justo y necesario, a pesar de que cuando esquivaba la mirada sentía como como sus ojos se posaban en mi media melena repleta de bucles.
Las piernas se me hacían de gelatina, el estómago cerrado, la respiración contenida y el corazón paralizado. Sabía que si se encontraban los ojos pardos nerviosos contra los azules fríos, estaría en problemas y una parte mía esperaba que, cómo todo de hadas, me dijera que había estado en un error y que fui alguien importante en su vida. Pero no, no iba a pasar jamás.

Definitivamente era Ícaro volando demasiado cerca del sol y sentía cómo me quemaba, sentía como me moría una vez más, pero ésta vez era de alto impacto ya que ni mi mente ni mi cuerpo estaba preparado para tal encuentro.

Nos despedimos cordialmente y cada uno siguió su camino. Ni por un momento pensé en mirar atrás, porque si por alguna mala jugada de su cuerpo él reaccionaba igual, entonces iba a ser un momento en donde mi mente se dividiría en dos: una parte mía iba a querer correr hacía él como niña de 15 años y otra parte mía iba a querer poner aire de superación con una mirada de "jodete, me perdiste".
Pero no era capaz de ninguna de las dos.
Sentía que mi karma me estaba diciendo "es hora de que pagues por tus errores", aunque esperaba que la vida simplemente nos hubiera cruzado por última vez dejando en el aire un destello de "ésta es la última vez que los cruzo, por eso los crucé hoy".

Pero la fuerza de su mano en mi brazo me llegaba hasta el fondo del ser... Y es que cualquier muro irrompible se quiebra ante el tacto adecuado.