After the day and before the night.

Todos tenemos un momento del día preferido. Ya sea por la temperatura, los colores del cielo, la calidez del sol o el brillo que las estrellas pueden irradiar. Si a mi me preguntan entre el día y la noche con cual me quedo, digo ninguno de ellos por el simple hecho que mi ocasión preferida es el atardecer.

Si, y no es lo mismo que el amanecer.

El atardecer no es simplemente un conjunto de colores, un juego de sol y nubes proyectando cada día colores diferentes. No es simplemente una poesía transformada en un momento. No.
Es mucho más que eso. Es el momento perfecto en donde el día muere y la noche se asoma con mil promesas. Es el rosado palpitando, el naranja viviendo, el lila suavizando y el celeste jurando que el día puede haber sido pésimo, pero que la noche puede ser totalmente diferente.
Es el momento en donde la cabeza reflexiona las decisiones tomadas, refleja las preocupaciones e interiormente escucha el corazón. Es el momento de silencio donde estás a solas con vos mismo, donde sentís una conexión con tu ser y donde respirar hondo tiene otro sabor, más profundo.
En invierno es la calidez faltante por la estación y en verano es el fiel reflejo de un bronceado digno de las mejores playas caribeñas.

El atardecer es reflejo del amor entre dos personas, la esperanza de una nueva vida, la felicidad de un nuevo lazo. Y justamente por eso es mi momento preferido del día o la noche, ya que es el límite entre uno y otro. El atardecer es mi momento de cerrar los ojos y pedir un deseo, el deseo de un amor verdadero, de cumplir un sueño, de transportarme a la ciudad que amaría visitar.


El atardecer es un fiel reflejo de mi ser. Es una mezcla de colores vivos que te queman al intentar tocarlo y que no le podes quitar los ojos de encima, ya que cada día es diferente transformándose constantemente.

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