Climáticamente iguales.

¿Se dieron cuenta que las personas somos como el clima o como las nubes?

Somos como los amaneceres, energéticos, libres y llenos de nuevos comienzos.

Pero a si mismo, somos como los atardeceres, esperando lentamente el final del día para dejar todo atrás. Todo aquello que cargamos durante horas, muere en la noche.

Justamente, a veces podemos ser fríos como una noche de pleno julio. Distantes, silenciosos, solitarios.

También podemos ser la calidez de una tarde de enero. Relajados, somnolientos, felices sin razón particular.

Somos aquellos días despejados en donde pensamos con claridad, donde ayudamos a quien lo necesita y tenemos tolerancia con el otro.

Pero nos guste o no, también somos las tormentas eléctricas llenas de amenazas, desesperanzas y sufrimiento.

Algunas veces somos aquellas nubes blancas, esponjosas e inmaculadas. Con nuestra mas sincera inocencia y juventud.

Otras, somos nubes negras cargadas de ira, promesas de arrasar con todo, de no dejar nada en orden a nuestro paso.

Somos los colores pastel de las nubes en el intercambio del día hacia la noche. Con esa dulzura que esos celestes, rosados y lilas nos hacen enamorar y soñar con una vida mas fácil, mas feliz. Con un sentimiento de tranquilidad y recuerdos de la niñez.

Pero como todo, también podemos ser aquellas nubes, del mismo tiempo horario que de el de la dulzura, pero en vez de tonos pastel, tonos vivos. Naranjas, fucsias, violetas... Colores que te llenan de deseo, te recuerdan a la otra persona, te queman por dentro. Esos que su luz te toca la piel y sentís como los tonos rojizos los absorbe tu cuerpo.

Somos esas hermosas noches despejadas, llenas de estrellas. Con nuestra luz propia invitando a todos a ser felices, al menos por un instante.

Pero somos las noches nubladas llenas de melancolía, de soledad, de ganas de llorar.

Somos la naturaleza humana en la naturaleza misma.