De ansiedades y otros problemas.

Y se atoró.

Se atoró de palabras no dichas, de acciones gastadas, de pensamientos bloqueantes y de angustias inundativas.

Se atoró de problemas ajenos que quería solucionar, de problemas propios que ni sabía cómo manejar. Se atoró de siempre querer que todo esté bien, incluso si eso hacía que quedará desgastada mental y físicamente.

Se atoró de todo. Del mundo que la rodeaba, del mundo que se inventaba.
Su ansiedad no la dejaba pensar claro, no la dejaba escribir cosas coherentes porque quería decir mil ideas a la vez.

Quería saber exactamente qué iba a ser de su vida de acá a medio mes, pero no podía. No podía controlar ese aceleramiento inhumano que sentía, que emanaba, que producía.

La mínima cosa ya la tenía maquinado  pensando en los porqués y los como de cada cosa, de cada situación y de cada persona.

Hasta que finalmente se desencadenó. Llegó el momento en donde declaro guerra y eso implicaba tolerancia cero pero angustia a un +100. Se desencadenó su llanto porque le ardía la garganta, le pesaba el pecho y no podía respirar todo gracias a la ansiedad.

Lloro sola, lloro acompañada. Lloro en silencio y casi sin derramar lágrima.
Pero lloró.

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