Un nuevo número, un nuevo año.

Los cumpleaños son ese momento donde podés mirar para atrás y te das cuenta de todo lo que cambiaste, de todo lo que tenés y lo que ya no, de quienes está y quienes no. Podés estar parado entre medio de tu vida actual, tu pasado y tu futuro.

El jueves fue mi cumpleaños y lo ví.

Ví cómo en un año las personas cambian, se alejan, crecen. O a sí mismo, ves como las personas no maduran, se estancan y mueren sus sueños. Ví cómo mi vida era totalmente diferente -para bien o para mal, depende de quien lo mire, supongo-, ví como proyectos que en su momento parecían lo correcto, lo indicado y lo mejor, ahora estaban enterrados en un cajón porque no pudieron ser víables y se derrumbaron antes de comenzar. Pero también, parada en el medio, ví mas allá. Ví lo que me espera, lo que me rodea y todo lo que puedo lograr. Ví mis capacidades plasmadas en proyectos nuevos, más grandes, más importantes.  

Mi cumpleaños me trajo todas las esperanzas que necesitaba, trajo la dosis de positivismo que merecía. Desde una transferencia bancaria de último minuto como regalo hasta cruzarme con un extraño, sostenernos la mirada y ponerme roja por un simple saludo suyo como si fuéramos conocidos de toda la vida (fue lo más raro que me pasó, acá está contado resumidamente). 

Mi cumpleaños me trajo fortalezas y decisiones, que quiero y que no, que tolero y que no. Trajo firmeza en mi personalidad y una capacidad decisiva inmensa. Trajo claridad después de un periodo de oscurecimiento, que a la larga o a la corta se estaba aclarando, pero ayer fue como un faro entre medio de la neblina. 


Sé que muchos no creen en eso de "año nuevo, vida nueva", por eso yo tomo el "otro cumpleaños, otra vida". Mi persona sigue siendo como es, pero mejor. 

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