Leerle entre besos, esa combinación era mortal.

Leía una página y le robaba un beso. No podían concentrarse con la cercanía del otro.

Ella sentada en su falda, hecha bolita cual niña de 12 años.
Él rodeandola con un brazo, protegiendola, dejandola sin escapatoria incluso.

Empezaba a leer mientras ella se acomodaba a un costado de su pecho y aspiraba todo el olor que su cuello le desprendía.
Lo observaba desde abajo y sentía como le crecía esa fascinación por él. Por su voz, su forma irregular de respirar, su inteligencia y su perversión.

Él la observaba de reojo, directamente, a través de los reflejos de las ventanas. La miraba cuando ella se daba vuelta, cuando se concentraba en sus cosas, cuando pensaba, cuando se encontraban las miradas y cuando ella no lo notaba.
Ella tenía la necesidad de liberarse en su presencia, de dejarse llevar por la música de fondo como si estuviera sola, de volarle la sien con cada movimiento, de madurar de golpe.

Entre página y página había roces, miradas cómplices y besos robados... Y justo eso era lo peor que podía hacer: Leerle entre besos, esa combinación era mortal.
Era mezclar la cruel realidad con la inmensa y pasional ficción. Era romper las barreras del tiempo, empezando con un beso a las 20:00hs y terminando semidesnudos a las 02:30am.
Leer entre besos implicaba una concentración a nivel superior, dejándose llevar por la historia pero aún así no perdiendo el hilo de lo que sucedía en la realidad.
Era estar concentrado en que trataba la historia sin perderse las reacciones y cambios en la otra persona. Era como dividirse en dos cuerpos: Uno veía todo desde afuera, como se movían, como prestaban atención a todo. El otro, fijaba todo su cerebro en lo que leía, sin perder ni un minuto de leer. Con la pausas adecuadas y los tonos indicados.

Leer entre besos era peligroso, era hermoso, era intenso y era único.

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