"Yo no sufro, ni lloro":

Era un dolor punzante. Tan agudo y dulce que simplemente, era una tortura. Esa tortura tenía un nombre: Desilusión.

¿Y por qué desilusión? Porque confiaba en que fuera diferente, duradero, estable, por más difícil que se veía la situación confiaba en que se podía lograr. Lo que le provoco la desilusión fue el golpe a la realidad que tuvo gracias a una persona cercana, porque hasta ese momento vivía en una burbuja en donde ella confiaba.
Confiaba en el destino, en ellos, en la distancia intensa y los encuentros mas intensos, en poder mantener eso, en que "eso" no muriera.

Pero gracias a la desilusión, cada vez veía mas lejana la opción de que "eso" siguiera existiendo.
Ella QUERÍA que existiera, pero no sabía cuanto iba a resistir él con la rutina de hablar sin verse.
Quería resistir pero era muy difícil. Sentía que lo perdía, que él ya no sentía interés, que estaba muriendo.

Se manifestaba de forma rara: Ansiedad.
Le urgían ganas de correr y correr sin parar. Quizá quería correr de ese sentimiento de pérdida. Quizá quería correr del dolor punzante que le agujereaba el pecho y le penetraba el alma, expandiéndose por todo su ser.

Sentía que los antidepresivos y los ansiolíticos ya no estaban haciendo su debido efecto, necesitaba algo mas fuerte, algo que la saque de esa tortura. Esa tortura que ella misma, como siempre, se estaba construyendo.

Decía "Yo no sufro, ni lloro", pero en ese momento era lo único que quería hacer, echarse a llorar. Por suerte, su orgullo sobre pasaba su cuerpo y no dejaba ni admitía que nadie la viera en ese estado, porque eso implicaba darle la razón al mundo cuando le dijeron "Te gusta lo complicado. Primero te ilusionas y después sufrís".

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